Tener un manuscrito terminado sobre el escritorio es una de las mejores sensaciones del mundo. Es la culminación de meses, a veces años, de trabajo, curiosidad y dedicación.
Pero a esa satisfacción le sigue, muy a menudo, una pregunta paralizante: ¿Y ahora dónde lo publico?
El universo de revistas científicas es vasto y abrumador. La presión por elegir «bien» puede generar una ansiedad tan grande que muchos proyectos valiosos terminan olvidados en un cajón.
Hace unos días me pasó algo que ilustra esto a la perfección.
Me encontré con una colega a la que aprecio mucho, la Dra. Giacometti, una profesional brillante y rigurosa. Tenía un artículo listo, pero su cara reflejaba más frustración que alegría.
—Alcides, necesito tu consejo —me dijo mientras nos servíamos un café—. Estoy estancada. Decime, para vos, ¿cuál es la «mejor» revista ahora mismo?
La pregunta no me sorprendió. Es la que todos nos hemos hecho alguna vez. Pero la experiencia me ha enseñado que, quizás, no es la pregunta correcta.
—Entiendo perfectamente tu frustración —le respondí—. Pero ¿y si el foco no es encontrar la «mejor» revista en abstracto, sino la «más adecuada» para este trabajo que tenés en tus manos?
Su expresión cambió. Pasó de la angustia a la curiosidad.
—¿La más adecuada? ¿A qué te referís? —preguntó.
—Pensemos juntos —le propuse—. Primero, contame, ¿quién querés que lea tu investigación? ¿Son otros superespecialistas que trabajan exactamente en lo mismo que vos, o es un público más amplio, como profesionales o investigadores de otras áreas?
Se quedó pensando un momento. La pregunta la obligó a visualizar a su lector ideal, algo que no había considerado.
—Bueno, es un hallazgo bastante específico. Creo que le interesaría más a otros del mismo campo.
—¡Perfecto! —le dije—. Eso ya acota muchísimo el campo de juego. Una revista de nicho, muy especializada, probablemente sea un mejor hogar que una revista de alto impacto, pero de alcance general, como Nature o The Lancet, donde tu artículo podría perderse.
Continuamos la conversación.
—Ahora pensá en tu bibliografía —le sugerí—. Los autores que citaste, esas voces con las que tu artículo está «dialogando», ¿dónde publican ellos habitualmente?
Esta pregunta la mantuvo entretenida por algunos minutos. Entró a su Zotero y revisó la lista de referencias, detenidamente.
—Varios publicaron en las mismas dos a tres revistas… —dijo, como hablándose a sí misma—. Mmm… No había notado eso.
—Ahí tenés otra pista fundamental. Publicar es unirte a una conversación científica. Tiene sentido que lo hagas en los mismos «foros» donde están las personas que te leen y a las que vos leés.
Finalmente, le dije que revisara la sección «Acerca de la revista» o «Aims and Scope» de esas revistas candidatas. Ese texto es la declaración de identidad de la revista. Te dice qué tipo de historias científicas quieren contar.
Al final de nuestra charla, la Dra. Giacometti no se llevó el nombre de «la mejor revista». Se llevó algo mucho más valioso: un método, una estrategia.
Ahora tenía un plan de acción claro y lógico.
Esa conversación me dejó pensando en que, en el fondo, este proceso de selección se apoya en tres grandes pilares. No son pasos rígidos, sino más bien dimensiones que debemos analizar.
El primer pilar es justamente ese: la audiencia y el alcance. Preguntarte, «¿quién es mi lector?», es el verdadero punto de partida. Un trabajo que aporta una pieza pequeña a un rompecabezas complejo será muy valorado en una revista de nicho. Un trabajo que describe un rompecabezas completamente nuevo quizás necesita una plataforma más amplia. El alcance de tu historia define el tamaño del escenario que necesitás.
Una vez que definís a tu audiencia, el segundo pilar se vuelve evidente: la conversación científica. Tu artículo no existe en el vacío; es una respuesta a otros, una pregunta para los que vendrán. Revisar tu propia bibliografía es la mejor brújula. Te muestra dónde se está llevando a cabo el debate que a vos te interesa. Publicar allí es como pedir la palabra en una mesa donde ya conocés a los comensales.
Y solo entonces, cuando ya tenés una lista corta de posibles «hogares» para tu investigación, entra a tallar el tercer pilar: el prestigio y la visibilidad. Aquí es donde métricas como el factor de impacto o los cuartiles pueden ser útiles, pero como un criterio de desempate, no de partida. Son herramientas para estimar la visibilidad potencial de tu trabajo, pero no definen su calidad intrínseca. Un artículo increíble en la revista «adecuada» siempre brillará más que un artículo fuera de lugar en una revista supuestamente «mejor».
Estos tres pilares, de hecho, se pueden visualizar como las piezas de un rompecabezas que responden a la gran pregunta inicial.
Entonces, si tuviera que dibujar este mapa mental en una servilleta, lo resumiría en tres preguntas esenciales. Primero: ¿para quién escribí esto y qué tan grande es mi hallazgo? Segundo: ¿en qué debate científico quiero que participe mi artículo? Y tercero: entre las revistas que responden a lo anterior, ¿cuál ofrece la visibilidad que estoy buscando?
Dejame que te lo muestro.
Elegir una revista no es un examen donde hay una única respuesta correcta. Es un ejercicio de estrategia. Se parece más a un proceso de matchmaking: encontrar la pareja ideal para tu trabajo, el lugar donde no solo será aceptado, sino también leído, comprendido y valorado por la comunidad correcta.
¿Qué te ha parecido el proceso de elegir una revista para tus artículos? ¿Alguna vez te sentiste paralizado por esta decisión?
Al pensar en tu trabajo, ¿priorizás el prestigio de la revista o que llegue a la audiencia correcta? ¿Qué otra estrategia usás para decidir dónde enviar tus manuscritos?
Contame en los comentarios.
¡Hasta la próxima aventura científica!
Alcides
Excelente ruta, y muy bien comunicada. Gracias por compartir su experiencia, Dr. Alcides.